domingo, 23 de septiembre de 2012

La pérdida del tejido productivo

La crisis se ha llevado por delante casi el 20 % del tejido empresarial español y hasta que este tejido no se reponga nos mantendremos con una elevada tasa de paro. Los datos son significativos. Según la Encuesta de Población Activa, entre el primer trimestre de 2008 y al cuarto de 2011, han desaparecido casi el 21% de nuestros empresarios creadores de puestos de trabajo. Los autónomos han caído un 11% y los asalariados privados un 16%. Como contrapartida, en este período, los asalariados públicos han aumentado un 9%. Si observamos las empresas existentes por número de trabajadores, en estos cuatro años han desaparecido el 17% de las microempresas (1 a 9 trabajadores), el 23% de las empresas entre 10 y 99 trabajadores, el 21% de las que emplean entre 100 y 499 trabajadores y el 12% de las empresas de gran dimensión. Este es actualmente el problema de la economía española, el paro no lo va a resolver el sector público. Necesitamos más empresas y más empresarios y empresas de mayor dimensión que, según los datos, resisten mejor los cambios de entornos económicos. La cuestión es cómo generar este tejido productivo cuando la sociedad no valora suficientemente la actividad empresarial y son pocos los que desean ser empresarios a pesar de la política desplegada sobre la actividad emprendedora en los últimos tiempos. ¿Por qué se valora tan escasamente la función empresarial? Por lo general se confunde la actividad empresarial, considerada como factor de producción, con el capital, es decir los bienes productivos; y al empresario con el capitalista. Es cierto que en las pequeñas empresas, la propiedad del capital y el desempeño de la función empresarial coincide en una misma persona, pero esto no suele ocurrir en la gran empresa, en la que la dirección está bien diferenciada de los accionistas. Así pues deberíamos empezar por diferenciar la función empresarial del capital. Además, se declaran empresarios o los medios de comunicación otorgan este término a especuladores, buscadores de rentas y personas de ocupación indefinida y, en muchas ocasiones, a personas que han sido empresarios pero han terminado siendo financieros después de vender sus empresas. Esta confusión, junto a la ya tradicional dialéctica sindical y a la búsqueda de culpables de la crisis financiera, hace que se perciban los empresarios como explotadores y personas que exprimen a la sociedad más que agentes que generan empleo y hacen aumentar la renta del país. Si, adicionalmente, las empresas y los empresarios son objetos de importantes cargas fiscales que puede originar que los resultados de esta actividad sea finalmente de menor cuantía que la originada por gestión de recursos financieros y la especulación en el mercado de valores, es comprensible que las personas con más talento y más cualificadas de nuestra sociedad no deseen asumir la función empresarial y así no saldremos de la situación en la que estamos aprisionados. Mientras, el Gobierno está absorto en los problemas financieros, que sin duda son preocupantes, sigue elaborando una anunciada Ley de Emprendedores ysin resolver los enormes costes de transacción que supone abrir una empresa en España o poner en marcha un nuevo plan de inversiones. Deberíamos de tener presente, de una vez por todas, que lo importante es la economía real y que la financiera debe estar en un segundo plano, al servicio de las empresas, la creación de empleo y la actividad empresarial bien entendida.

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