Así se referían nuestros bisabuelos al auge de China a finales del siglo XIX y principios del XX. Después, la revolución comunista adormeció económicamente al país y ya en la segunda mitad del siglo XX inició una nueva etapa desde la planificación comunista hacia el actual capitalismo de Estado.
La estrategia era aprovechar su mano de obra abundante y barata para invadir al mundo occidental de productos chinos. Para ello tenían que superar una prueba: entrar en la Organización Mundial del Comercio (OMC, 2001) para que los demás países no respondieran a su avalancha con medidas proteccionistas. Esperaron más de diez años, tras los sucesos de Tiananmén (1989) y las lógicas reacciones posteriores, pero se aseguraron así el éxito de una estrategia basada en las exportaciones y en aprovechar los elevados niveles de rentas de los países occidentales. Una estrategia que dejó obsoleta la industria manufacturera occidental y mandó al desempleo a millones de personas.
El éxito de esta política es conocido. Unas elevadas tasas de crecimiento continuadas, mejoras en el nivel de vida de su población y haberse equiparado a USA como primera potencia económica mundial. Los requisitos para este impresionante crecimiento eran dos: unas exportaciones mundiales en crecimiento y una tasa de ahorro interna muy elevada que financiara una inversión anual de casi la mitad del PIB anual. Un país en el que la Demanda Agregada tiraba de la producción vía Inversión y Exportaciones. Todo un modelo a seguir.
La crisis de 2007 cambió todos los planes. La recesión mundial planteó serias dudas sobre un modelo basado en las exportaciones, ante una recesión global. Además, los costes de producción empezaban a subir en China y les hacía perder competitividad, así como las subidas internas de precios y la apreciación de su modeda. El modelo debía cambiar también por la propia presión social interna que demandaba mejoras generales del nivel de vida. Optaron, entonces, por fomentar el consumo interno, bajaron tipos de interés, aumentaron los préstamos esperando que el Consumo diera el tirón que antes daban las exportaciones. Pero un mayor consumo sólo se realiza a costa de un menor ahorro y, con menos ahorro, cuesta más financiar el elevado volumen de inversión que la economía china necesita para seguir creciendo a su tasa natural: el 7%. La tasa que les asegura mantener el desempleo ante una población activa creciente.
¿Cómo financiar esta impresionante inversión?
Y aquí viene el momento que estamos viviendo. Con un segundo asalto: la invasión financiera.
Analizar la depreciación del yuán con una visión cortoplacista no permite apreciar la trascendencia de lo que se está iniciando. La explicación a corto plazo es que han depreciado su moneda para fomentar las exportaciones y garantizar así la senda de crecimiento. Puede ser. Creo, sin embargo, que el análisis hay que mirarlo más a largo plazo, atendiendo a que China está pasando de tener una moneda con un tipo de cambio fijo a otro flexible como le viene demandando el FMI para que el yuán (RMB) entre el cesta de los Derechos Especiales de Giro (SDR). De esta forma China empezaría a pagar en yuánes sus importaciones y la compra de todo tipo de activos internacionales y permitiría una entrada de capitales que pudiera financiar unas inversiones que los ahorros chino ya no pueden financiar. Podría así, como hace USA, utillizar el señoriaje para financiar sus déficits públicos, emitiendo moneda nacional que los demás países acaparan como divisa estratégica y seguir manteniendo, en lo posible, un sueño del que tiene que despertarse ya: una gran economía no es capaz de crecer tanto tiempo al 7%.
Mientras, el desconcierto se apdera de nosotros en otro agosto para el recuerdo, las bolsas se hunden y miramos con desconfianza al futuro... No es para menos, la segunda oleada del peligro amarillo está ya en el horizonte. El gigante económico va a ser también un gran gigante financiero.
¿La tercera invasión?... esa será cultural,..., pero aún es pronto.
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